Tejiendo Sueños: un homenaje al trabajo que construye comunidad 🧵💛
En Mis cuentitos creemos que las historias más poderosas no siempre vienen con capas o superpoderes. A veces, nacen del aroma de un plato caliente, del sonido de una escoba barriendo la vereda o del cuidado silencioso de unas manos que curan una rodilla raspada.
"Tejiendo Sueños" es un cuento ilustrado que rinde homenaje a esas personas que, con oficios humildes y gestos cotidianos, sostienen a su comunidad día tras día. En sus páginas conocerás a Don Pepe, que repara no solo zapatos, sino también esperanzas; a Doña Carmela, que cocina con el alma; a Mariana, una joven enfermera con corazón inmenso; y al señor Ramón, que limpia caminos para que otros puedan avanzar.
Este cuento, tierno y lleno de color, es perfecto para leer en familia o en el aula, especialmente en fechas como el Día del Trabajo, para conversar con los más pequeños sobre el valor del esfuerzo, el respeto por todas las profesiones y la gratitud hacia quienes hacen del mundo un lugar mejor, muchas veces sin que lo notemos.
Tejiendo Sueños
Don Pepe, con dedos como mapas viejos, reparaba zapatos desde antes de que el reloj tuviera manecillas.
A las doce en punto, doña Carmela llegaba con su cesta de mimbre.
Le dejaba un plato de lentejas humeantes y una galleta envuelta en papel de estraza.
Ella, que había criado seis hijos lavando ropa ajena, ahora cocinaba para los que no tenían tiempo de hacerlo.
En la esquina, la joven Mariana, enfermera de turnos eternos, vendaba las rodillas raspadas de los niños.
Más allá, el señor Ramón, barrendero, dibujaba caminos limpios hacia la escuela.
Cada uno, con su oficio, hilaba el bienestar de muchos.
Don Pepe reparaba no solo suelas, también esperanzas gastadas.
Doña Carmela cocinaba con el alma, como quien alimenta sueños ajenos.
Mariana curaba rodillas y soledades sin distinción.
Y Ramón, con cada escoba, abría caminos para que otros llegaran más lejos.
Nadie buscaba aplausos, pero todos merecían un gracias.
Por eso, un primero de mayo, Carmela horneó un pastel con letras de chocolate que decía: «Gracias».
Porque el Día del Trabajo no era solo una fecha en el calendario.
Era el susurro de mil manos anónimas tejiendo un mismo sueño.
Fin.
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